domingo, 21 de octubre de 2007

Mujer, propiedad privada del hombre

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”

Este es el postulado que fundamenta la declaración universal de los Derechos Humanos, sin embargo, en la mayoría de las sociedades esta premisa no alcanza a reconocer a la mujer, en donde existe una enorme desigualdad entre hombres y mujeres. La violencia ejercida hacia ellas en la actualidad es una gran problemática social y cultural.
Por estos días hemos escuchado casi a diario hablar de femicidio, crimen que ha traspasado todas las barreras económicas y étnicas, haciendo latente un gran conflicto histórico, el control y yugo del genero masculino hacia el genero femenino.

¿Quién cambiará esta realidad nacional y mundial?

El término femicidio se define como todo asesinato en que la víctima sea la cónyuge, conviviente o cualquier mujer con que el agresor está o haya estado ligado por una relación afectiva. Así entraría esta definición a nuestro código penal, que ha sido acelerado a raíz de las reiteradas muertes de mujeres a manos de hombres que tienen o han tenido algún tipo de relación con ellas.

La pregunta que emerge con una gran fuerza es: ¿Podrá la tipificación del femicidio acabar con las múltiples agresiones y muertes hacia las mujeres?

Para poder responder está pregunta y entender el por qué de tanta agresión hacia el genero femenino tendríamos que enfocarnos en nuestra sociedad y más profundamente en nuestra cultura. Partamos, pues desde el principio.

El nacimiento del patriarcado es un hecho histórico en donde se disminuye el rol de la mujer a ser tratada como una segunda clase inferior, es éste el origen de la subordinación a través del tiempo de sistemas políticos, legales, religiosos, culturales y sociales. Desde entonces todas aquellas que se revelaban ante tal opresión eran totalmente marginalizadas por los varones y también por sus propias pares, quienes no concebían la actitud de aquel grupo empeñadas a doblarle la mano al “destino”, aquel que las convertía en sombras de los actos de los hombres, eran seres sin voz, sin opinión, tratadas como títeres, haciendo cada vez más grande la brecha de la desigualdad, por una sociedad intrínsecamente dominada por hombres.

¿Cómo pasa esto?
Estereotipando los papeles tanto de hombres como de mujeres. La representación social de estos dos géneros es clara. Un hombre proveedor y sostenedor y una mujer ocupada solamente de lo doméstico y la procreación. Nace así bajo el amparo de esta construcción paternalista la propiedad privada, en donde el hombre concibe a la mujer como un bien suyo, por lo tanto la obediencia de ella es únicamente hacia él. De esta forma se justifica la opresión femenina, así se organiza la premisa “mujer propiedad privada del hombre.”
Acabar con la opresión sostenida por décadas hacia la mujer no pasa meramente por tipificar el femicidio a nuestro código penal, sino que tendrá que ser un constante cambio de nuestros paradigmas, aquellos que permita una reconstrucción estructural de nuestra cultura. Pasa por cuestionarnos el trato denigratorio que damos a las mujeres simplemente por ser diferentes, simplemente por ser mujeres. Debemos promover un desarrollo integral dentro de nuestra sociedad, cambiar los estándares cotidianos a los que estamos sometidos.

Con el femicidio dentro del código penal terminaremos con la legalización de este acto, pero acabar con la legitimación es una gran tarea de todos.

La iglesia como institución cumple un papel fundamental. Debemos recordar como Jesús da un trato diferente y especial a las mujeres, sin importar el contexto cultural en el que se encontraba. Todo prejuicio lo deja a un lado y su comportamiento hacia ese género es atípico. Jesús Él Mesías, Jesús el hijo de Dios nos dio un gran ejemplo a seguir. Hoy hemos olvidado su enseñanza y lo hemos remplazado por patrones culturales que nada se relaciona a la actitud de Jesús hacia las mujeres.

Él, alguna vez las trato como objetos e impuso su “derecho de hombre hacia ellas”, nunca hemos leído algo semejante en la Biblia, pero sí en la construcción cultural que se ha hecho a través del tiempo, en este último tiempo se lee en todos los medios de comunicación y no solo ahí, sino que en la cotidianidad.
Es lamentable, no obstante, no es una desesperanza, ya que Jesús y su modelo a seguir aún siguen en pie. Instaurar un proceso de socialización que nos enseñe que efectivamente hombres y mujeres son diferentes únicamente en lo biológico, sin embargo, son iguales culturalmente, en donde se nos enseñe que más que un trato igualitario se pide un trato complementario en donde los dos géneros están al mismo nivel para que no se produzca una escalada hacia la supuesta superioridad. Un solo pensamiento dominante, sea este de hombre o mujer es totalmente abominable.

Nosotras y nosotros, la iglesia, podemos cambiar los códigos de comportamientos individualistas y los roles impuesto por esta sociedad, trabajemos en erradicar la discriminación sexista con el único mensaje a seguir, el de Jesús. Por cierto que no es fácil y es a largo plazo, no obstante siempre hay una base por donde comenzar.
Veamos nosotros que dentro del femicidio hay un gran conflicto social y no tan solo un delito, únicamente así podremos intervenir como hermandad.
Martin Luther King dijo alguna vez “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojala ya no tuviera necesidad de soñarlas”.
Seamos protagonistas, tomemos las riendas y hagamos de este sueño una realidad.


Nathaly Aguayo
Estudiante de Mediación